‘La Mich’, como la conocen en el taller, escribe hace mucho tiempo. Cuenta que después de un accidente que tuvo cuando era pequeña, la mano derecha le quedó, como dice ella, “loca, y sólo luego de haber hecho mucho ejercicio con una maquinita que me compró mi mamá pude volver a usarla y a escribir, lo que me puso muy contenta”.
Entre el 2004 o 2006, comenzó a anotar su día en cuadernos, a modo de ejercicio, y le quedó gustando. Su afición por la escritura creció tanto que comenzó a tener registros de absolutamente todo lo que sucedía dentro y fuera de su casa, en su colegio y otros lugares. Todo lo anotaba en agendas que le compraba su mamá, o que alguien le regalaba para su cumpleaños o navidad.
Sus escritos cuentan lo que hace durante el día, lo que conversa con las personas con las que se encuentra, sus pensamientos o diferente información que le parece interesante o entretenida para guardar. Lo que más disfruta es volver a leer y recordar episodios entretenidos con su familia, una receta de algo rico, algún chiste que un compañero le contó o alguna conversación con su mamá camino al taller. “Una vez, revisé una agenda antigua y me encontré con una historia cómica muy vieja de mi hermano y comencé a reírme. Me gusta mucho, recordar y reírme”, cuenta.
Para escribir usa un portaminas, porque es más fácil borrarlo, y una buena goma. Lo hace en un lugar cómodo, como el comedor de su casa, o en caso de hacerlo en el taller, es durante el recreo en una mesa cerca de la ventana para tener buena luz.
A Michèle le gusta mucho compartir sus escritos, en el taller lee algunos de sus pasajes a sus compañeros o profesores, y en su casa hace lo mismo con su familia y con quien se interese por escuchar alguna de sus locas historias, reírse, y compartir un momento con ella. Confiesa que su mayor anhelo con sus escritos es “empastarlos y venderlos, como un periódico”.